Se sabe que sus diminutas mentes pueden pensar antes incluso de balbucear sus primeras palabras, lo que suele ocurrir alrededor del primer año. Y también que sus pequeños cerebros se afanan por ordenar mentalmente el entorno en que viven y organizarlo todo en categorías para entender mejor el mundo: animales, objetos inanimados, personas mayores… Incluso hacen inferencias sobre las leyes físicas como la gravedad, que comprueban incansablemente dejando caer una y otra vez el mismo objeto al suelo, para desesperación de sus cuidadores. A punto de cumplir un año son capaces también de hacer predicciones probabilísticas sobre su entorno, con mayor seguridad sobre objetos inanimados.
Cuando un bebé ve algo nuevo, deja el chupete, para centrarse mejor en lo que tiene delante. A medida que se familiariza y pierde interés en la novedad, retorna a sus rítmicos chupetones.
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